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La historia Chihiro es una niña enfurruñada de 10 años que
viaja en coche con sus padres en dirección a su nueva vivienda.
Durante el camino, se pierden y acaban en una carretera sin salida. Frente
a ellos tienen un túnel, que deciden cruzar, que les lleva a un
pueblo aparentemente abandonado. Chihiro desea a toda costa largarse
de allí, sin embargo, sus padres se lanzan a comer de modo desenfrenado
en un puesto de comida, hasta un punto en que de repente la niña
descubre que sus padres se han convertido literalmente en cerdos. Es
en ese momento cuando algo parece cambiar en el pueblo, oscurece, se
encienden las luces y unas extrañas figuras parecen ocuparlo súbitamente.
Sin querer, Chihiro ha entrado en un mundo paralelo habitado por dioses
antiguos, brujas y seres mágicos de todo tipo. Por suerte para
ella se encuentra con un niño de su edad, Haku, quien le ayuda
a manejarse dentro de ese mundo; evita que se vuelva invisible y le dice
que para poder sobrevivir tiene que trabajar en la casa de baños
regida por la bruja Yubaba, a la que tendrá que pedir empleo. Ésta
finalmente se lo concede, aunque quedándose con el nombre de Chihiro,
quien a partir de ahora pasará a llamarse Sen. Su objetivo desde
este momento será tratar de volver a su mundo y rescatar a sus
padres... ocupándose mientras tanto de los muchos y extraños
inquilinos que pueblan la casa de baños: Kamaji, un anciano de
seis brazos encargado de las calderas; un Dios horriblemente maloliente;
un ser sin cara capaz de crear oro y tragarse a la gente; el hijo de
Yubaba, un bebé gigante....
Arriba Hayao Miyazaki
Hayao Miyazaki (nacido en Tokio en 1941) está considerado como
el Walt Disney japonés (aunque él odia este calificativo)
de quien, tras una carrera que abarca cuatro décadas, se puede
afirmar sin lugar a dudas que se trata no sólo de uno de los mejores
animadores japoneses, sino practicamente del mundo entero. Sus señas
de identidad son las historias sensibles protagonizadas generalmente
por niños (o por adolescentes como máximo), la aventura,
la fantasía y, en bastantes ocasiones, por cierto contenido ecologista.
La carrera de Miyazaki comenzó en 1963 como animador en el estudio
Toei Douga, trabajando en algunos de los clásicos animados de
aquella época. El salto lo dio en 1971 cuando, con Isao Takahata
(con quien colaboraría el resto de su carrera) se trasladó a
los estudios A Pro y de ahí a los Nippon Animation en 1973. Es
en estos estudios donde trabajaría como colaborador de su amigo
Takahata en dos de las series animadas que más han marcado a una
generación entera, al menos en España. Se trata de Heidi
(1974) y Marco (1976), series que tal vez vistas ahora, 30 años
después, adolezcan de cierta ñoñería y sensiblería.
En 1978, Miyazaki se encargaría de su primera serie como director,
Conan, el niño del futuro. La serie, ambientada en un futuro post-nuclear,
cuenta la historia de un niño que vive con su abuelo en una isla,
a la cual va a parar un día una niña; y todas las aventuras
que se producen a consecuencia de ello. También por esta época
se encarga de la realización de dos capítulos de la serie
Lupin III, acerca de un ladrón, típico bribón simpático,
y sus aventuras a través de sus múltiples robos. Esta labor
dio lugar al primer largometraje dirigido por Miyazaki, Lupin III, el
castillo de Cagliostro (1979) basado en dicho personaje. El resultado
fue una divertida película con todos los elementos propios de
este tipo de historias: las aventuras, los robos (en este caso en un
castillo italiano), el pícaro protagonista, el romance inevitable,
el policía (eterno perseguidor) que al final se verá obligado
a colaborar con el ladrón que tanto busca, etc...
En el año 1982 se encargaría de la realización
de una nueva serie para televisión, Sherlock Holmes (The Great
Detective Holmes) caracterizada porque los archiconocidos personajes
de Arhur Conan Doyle (Holmes, Watson y su eterno enemigo Moriarty, quien
siempre escapaba a las pesquisas del detective) eran perros, además
de por una acción incesante y unos vehículos y una tecnología
muy adelantados para la época de los relatos originales.
En 1984, dirigiría el que se puede considerar su primer gran
film, Nausicaa del valle del viento. Basado en un manga previo creado
por el propio Miyazaki para obtener financiación para la película,
se trata una historia post-apocalíptica, con trasfondo ecologista,
donde la mayor parte del mundo sufre de un aire contaminado y donde una
joven princesa (la Nausicaa del título) deberá luchar para
acabar con la guerra entre reinos vecinos, evitar el fin del valle en
que vive y, de paso, preservar el medio ambiente del planeta. De ambicioso
argumento (casi dos horas de película), menos infantil de lo que
parece, de una excelente animación y con una historia absorbente,
se puede decir que Nausicaa es toda una rareza en cuanto a lo que se
venía haciendo en animación en Japón por aquellos
años y, sin dudarlo, muy superior a la media de aquella época;
y resulta un anticipo de lo que nos ofrecería Miyazaki con el
tiempo.
El dinero conseguido con este largometraje le permitió a nuestro
hombre fundar su propia compañía, el Estudio Ghibli, para
lo cual contó con la inestimable colaboración de su viejo
amigo, Isao Takahata. Las marcas de estilo del estudio serán la
fantasía (ejemplificado especialmente en los films de Miyazaki),
junto con las historias sencillas, sensibles y familiares, alejadas por
tanto del tópico que identifica generalmente el anime con mundos
poblados de sexo y violencia.
El primer resultado de esta alianza llegó en 1986 con El castillo
en el cielo (también conocida como Laputa, se entiende que no
quisieran mantener el título en la versión española).
Inspirada en Los viajes de Gulliver, de donde saca la idea de la ciudad
flotante, cuenta la historia de Pazu, un chico que trabaja en las minas
de un pueblo italiano, obsesionado con encontrar esta ciudad voladora,
cuando un día una chica cae frente a él flotando desde
el cielo. Con abundante acción en su primera mitad (cuyas persecuciones
recuerdan a las de su serie de Sherlock Holmes) resulta una película
entretenida, aunque tal vez algo descafeinada en su parte final.
Dos años después llegaría Mi vecino Totoro, una
de las películas más emblemáticas del estudio Ghibli
(de hecho, el sello de la compañía cuenta con el dibujo
de perfil del monstruo protagonista de este film). En él, dos
niñas se trasladan al campo con su padre, mientras su madre se
recupera de una enfermedad en el hospital, todo ello en el Japón
de los años 60. Es entonces cuando conocen a Totoro, un espíritu
del bosque, con la forma de un enorme y bonachón monstruo de 3
metros. La película, curiosa, aunque tal vez algo sensiblera,
se puede considerar un ensayo o preludio para la futura El viaje de Chihiro,
ya que su sentido mágico aparece ya en este film e incluso podemos
encontrar aquí unos bichitos pequeños, negros y peludos
que luego retomaría en su película posterior. Cuenta, además,
con algún momento a recordar, como ese gatobús (mezcla
de autobús y gato) que viene a recoger a los niños por
la noche.
Al mismo tiempo que Miyazaki realizaba este largometraje, su colega
Takahata también debutaba en la dirección con La tumba
de las luciérnagas, una triste historia de dos niños que
se ven obligados a sobrevivir por su cuenta en el Japón de la
Segunda Guerra Mundial. A lo largo de los años, será una
constante en el estudio compaginar las producciones de Miyazaki (verdaderas
estrellas de la casa) con las de Takahata (realizador de otros tres largometrajes
más) o junto con las de otros directores.
En 1989, realiza Nicky, la aprendiz de bruja (o Kiki's delivery service,
parece que le cambiaron el nombre a la protagonista porque debieron de
pensar que sonaba mal). En ella, la protagonista es una niña que
cuando cumple los 13 años tiene que abandonar a su familia para
ir a vivir a una ciudad diferente. A pesar de la desubicación
inicial, pronto encuentra su hueco como repartidora aprovechando su habilidad
con la magia y su escoba con la que puede volar. Tal vez sea éste
el film menos inspirado de Miyazaki, con una historia verdaderamente
poco original, rutinaria y bastante previsible. No obstante, este pequeño
traspiés en la carrera del director no debería criticársele,
ya que a partir de aquí el nivel de sus largometrajes fue aumentado
de película en película.
Los años 90 comienzan para Miyazaki con Porco Rosso (1992). Estamos
en los años 30: Porco es el mejor piloto del Adriático,
con la peculiaridad de que es un cerdo a causa de una maldición
(de la que nunca se nos aclara su origen), que sufrió años
atrás. Su hegemonía sobre los cielos (y el amor por la
hermosa Gina) son puestos a prueba por la llegada de otro piloto, americano,
de nombre Curtis. Es Porco Rosso una película absolutamente deliciosa
de principio a fin, con aventuras, humor, romance, peleas, aviones...
que hacen que su duración de hora y media sepa a poco y acabe
el film con la sensación de querer conocer más y más
historias acerca de este cerdo volador. Atesora además una de
las escenas más poéticas nunca vistas por quien escribe,
aquella en que Porco, aún humano, asciende al cielo de los aviones
y se entera de que su fin aún no ha llegado y es devuelto a la
tierra. Una película imprescindible.
Cinco años hubo que esperar para su siguiente film, La princesa
Mononoke, que supuso incuestionablemente la apertura definitiva del estudio
Ghibli al exterior (ayudado por el acuerdo firmado con Walt Disney) y
que el nombre de Hayao Miyazaki empezara a sonar fuerte en occidente.
Es ésta una de las películas más adultas, duras
y pesimistas de su director en una historia densa en argumento, ideas
y personajes, nuevamente con trasfondo ecologista de fondo (tomando un
poco el relevo de Nausicaa). El protagonista es Ashitaka, el príncipe
de un poblado en el Japón medieval, quien, tras abatir a un Dios
del bosque con una extraña maldición, es contagiado por
su mismo mal y debe partir del pueblo para encontrar una cura. Llega
al poblado de Lady Eboshi, quien está en lucha con los dioses
del bosque, ya que quiere emplear éste para el cultivo y es aquí donde
vive San (la princesa Mononoke del título) una joven criada entre
Dioses Lobo y que odia a los humanos. Es La princesa Mononoke una película
compleja y densa, como hemos dicho, por la abundancia de personajes,
de seres fantásticos, de situaciones, por la práctica ausencia
de humor, por las batallas, la violencia, la duración (dos horas
largas)... que puede resultar una experiencia pesada para un espectador
no avisado. Y es que nos encontramos ante un film que va más allá de
la mera historia infantil, aquí los personajes no son niños,
sino que están más cercanos a la edad adulta, el guión
es más duro, con odios, venganzas, trasfondo ecologista... lo
que la hace una película más adecuada para un público
no infantil. Si a todo esto le sumamos una calidad de animación
prodigiosa y algunos momentos mágicos (como las criaturas blancas
que giran sus cuellos al unísono o las apariciones del señor
del bosque) debemos reconocer que nos encontramos ante un film (de nuevo)
imprescindible.
Durante la estresante realización de este film, Miyazaki sufrió una
crisis nerviosa, lo que le llevó a anunciar que ésta sería
su última película. Afortunadamente, no cumplió su
palabra y cuatro años más tarde nos regaló la que,
hasta la fecha, se puede considerar su verdadera obra maestra: El viaje
de Chihiro.
Arriba
El viaje de Chihiro
Muchos se rasgaron las vestiduras cuando en el Festival de Cine de Berlín
del año 2002 El viaje de Chihiro ganó el Oso de Oro a la
mejor película (ex_aequo con Bloody Sunday, de Paul Greengrass)
como si un largometraje por el hecho de ser de animación no pudiese
estar a la altura de uno de imagen real o repartirse sus mismos premios.
Por suerte, la valentía del jurado de ese año (presidido
por Mira Nair) hizo al film ganador del premio del
que era justo merecedor, primero de una larga lista que culminaría
un año más tarde con el Oscar al mejor largometraje de
animación, derrotando a todas sus competidoras americanas en aquella
edición.
El viaje de Chihiro contó con un presupuesto de 19 millones de
dólares, bajo, si lo comparamos con una producción típica
de los estudios Disney, pero alto en relación con cualquier producción
animada japonesa. El esfuerzo de realización fue alto, viéndose
obligados a subcontratar a un estudio coreano (única ocasión
en que el estudio Ghibli ha recurrido a esta práctica) para poder
cumplir con las fechas de estreno. Asimismo, con la meta de obtener la
mayor calidad tanto en imagen como en sonido se sometió la película
a las más modernas tecnologías, gozando del formato DLP
(Digital Light Processing) en cuanto al tratamiento de la imagen y del
Dolby Digital Surround EX6.1 y DTS_ES para obtener la perfección
máxima respecto al sonido. Todos estos esfuerzos se vieron recompensados
ya que incluso antes de su distribución por Europa y Estados Unidos,
el film había superado una recaudación de 200 millones
de dólares.
Aunque siempre es arriesgado aplicar el término "obra maestra" a
una película (cualidad que muchas veces da el tiempo, las circunstancias
en que se produjo el film y otros muchos factores muchas veces externos
a la propia película) y más cuando ésta apenas cuenta
tres años, se podría afirmar que en el caso de El viaje
de Chihiro nos encontramos frente a una verdadera obra maestra y no tan
sólo de su director o de la animación japonesa en general,
sino de toda la animación cualquiera que sea su procedencia.
Y no se trata de una afirmación a la ligera. En primer lugar,
partimos de lo espléndido de su animación. Aquí nos
encontramos con el mejor trabajo sin duda del estudio Ghibli, en cuanto
a la gama de colores (el momento en que Chihiro se interna entre unas
flores), el grado de detalle (hasta la última arruga se puede
apreciar en el rostro de la bruja Yubaba), el movimiento de los objetos
más mínimos (cuando la bruja Yubaba recompone su escritorio
y todos los objetos, hasta el más pequeño, flotan hasta
colocarse en su lugar), los fondos... Sin embargo, una animación
trabajada no siempre hace una buena película, tema aparte es la
historia que se nos cuenta.
Y es que en realidad es éste el punto fuerte del film, El viaje
de Chihiro es un auténtico prodigio fascinante de fantasía,
un derroche de imaginación en cada uno de sus planos (fantasía,
por cierto, eminentemente japonesa, con esa casa de baños, los
dioses, esa iconografía típicamente japonesa, el dragón,
la máscara del Sin Cara....), un despliegue desbordante de creatividad
durante las más de dos horas que dura la película. Tal
es así, que realmente es tal la avalancha visual, la sucesión
de imágenes sorprendentes, de momentos asombrosos, que el espectador
casi se ve obligado a pedir un descanso momentáneo, tomar un respiro
de tanta acumulación de emociones, para poder seguir a continuación
con el alud de sensaciones.
La película nos ofrece también una larga lista de personajes
a recordar. Dejando de lado, la niña, Chihiro, cuya forma de ser
egoista cambiará después de este viaje, podemos citar:
1) el niño Haku, que ayudará a Chihiro a defenderse en
este mundo extraño, quien, además, puede convertirse en
un dragón blanco; 2) el anciano Kamaji, de seis brazos, que trabaja
incansable en el cuarto de calderas; 3) las bolas pequeñas, negras
y peludas, que transportan el carbón para Kamaji; 4) la bruja
Yubaba, directora de los baños y que puede transformarse en un águila;
5) Zeniba, la bruja (buena) hermana de Yubaba; 6) las tres cabezas guardianes
del despacho de Yubaba; 7) Bou, el hijo de Yubaba, un bebé gigante,
malcriado y que puede hablar; 8) el Sin Cara, una figura negra y con
máscara que puede crear objetos de la nada, por ejemplo oro, y
que adopta la voz de aquellos que devora...
Asimismo, la sucesión de momentos antológicos es constante:
cuando el mundo oculto de los dioses empieza a emerger (en que de verdad
sientes que "algo" sobrenatural está teniendo lugar); la escena
completa del dios pestilente, desde que llega a los baños (en
que casi, casi, se puede sentir el olor) hasta el culmen final de la
escena en que un grupo de voluntarios arranca de su interior todo tipo
de basura imaginable; la carrera en que el Sin Cara persigue a Chihiro
mientras vomita todos los personajes que se ha ido comiendo, una escena
que podría resultar grotesca pero que acaba siendo fascinante
y divertida; el viaje en tren, de una atmósfera de melancolía
aplastante (y muy ayudado por la excelente música de Joe Hisaishi)...
Muchos han definido a El viaje de Chihiro como una versión de
Alicia en el País de las Maravillas en clave japonesa. Se podría
aceptar. Como aquél, también aquí hay una niña
que viaja a un mundo fantástico y que sufre una transformación,
si al principio era una niña caprichosa y egoísta, al final
acaba sabiendo lo que es trabajar y colaborar con un equipo, se hace
amigo de sus compañeros en los baños y rescata a sus padres
que estaban transformados en cerdos.
Para terminar, destacar un par de escenas, aparentemente sencillas y
sin importancia pero que demuestran el enorme talento de su director,
Hayao Miyazaki. Aquél en que Haku le da de comer a Chihiro y ésta
rompe a llorar; tras un día repleto de emociones sin descanso,
en el primer respiro que encuentra, es consciente de repente de todo
lo que le ha sucedido y no puede evitar ponerse a llorar. Y el plano
casi último de la película, en que Chihiro, que ya ha salido
del mundo de los dioses con sus padres recuperados, lanza una última
mirada atrás, hacia lo que ha dejado, todas las sensaciones, emociones,
aventuras vividas, que resulta increíble que todo es mundo fantástico
hubiera estado ahí, simplemente detrás de un túnel.
La misma sensación que se nos queda a nosotros después
de haber realizado este viaje, pleno de fantasía, ofrecido por
el genio Miyazaki, que resulta increíble que hubiéramos
presenciado todo esto que hemos visto y que hubiera estado ahí,
tan cerca, tan sólo en la pantalla de un cine o del televisor
de nuestras casas.
Arriba
La música
La música de El viaje de Chihiro está compuesta por Joe
Hisaishi, quien probablemente sea el mejor compositor japonés
de bandas sonoras en la actualidad. Hisaishi ha colaborado con Miyazaki
en todas sus películas desde Nausicaa, en una de esas relaciones
director-compositor tan enriquecedoras en el sentido de que la compenetración
entre ambos consigue que los dos salgan beneficiados de la relación:
mientras que las imágenes de la película inspiran el talento
del compositor, ésta gana en cuanto a su acompañamiento
musical.
Así ocurre con El viaje de Chihiro, en la que Hisaishi (en uno
de sus mejores trabajos) nos ofrece una partitura extraordinariamente
rica y variada, tanto como la historia a la que acompaña. El primero
de los temas o leit motivs arranca con la película, se trata de
una suave y delicada melodía a piano, muy bella (y de estilo muy
hisaishiano) que identifica al personaje central, Chihiro, capturando
el espíritu infantil de la niña. Un segundo tema es la
marcha que acompaña a los dioses cuando se despliegan por primera
vez ante Chihiro, una marcha simpática y con un ligero acompañamiento
de instrumentos orientales y de una voz femenina. Las pequeñas
bolas que llevan el carbón a Kamaji y su trabajo incesante están
identificados con una especie de ballet, tratando de reflejar, parece,
el ir y venir de estas pequeñas figuras. Las apariciones de la
bruja Yubaba, por otra parte, son recalcadas con unas agresivas notas
a piano, más que una melodía, un pequeño grupo de
notas que refuerzan su imagen atemorizadora.
Toda la escena del dios pestilente tiene un tema propio, excelente,
que se despliega en una especie de crescendo, desde su llegada a los
baños hasta el momento en que le son arrancados al dios todos
sus desperdicios adheridos, cuando el tema adquiere su máxima
fuerza. El personaje del Sin Cara también cuenta con un motivo
que le identifica, un grupo de notas tocados con un instrumento percusivo
de estilo oriental. El viaje en tren también tiene un tema propio,
basado en piano, gracias al cual la escena adquiere buena parte de la
sensación de nostalgia y melancolía que desprende.
El momento final, en que Chihiro vuela a lomos de Haku (en su forma
de dragón) también cuenta con su melodía, un tema
pletórico y optimista, acompañando el feliz momento en
que Chihiro descubre su antiguo vínculo con su amigo.
Es ésta una banda sonora excelente, la cumbre de la colaboración
entre estos dos genios, Miyazaki y Hisaishi, fruto de una gran complicidad,
del trabajo en estrecha colaboración y de una larga relación
de casi 20 años.
Arriba
Conclusión
Tras haber obtenido numerosos premios (Oso de Oro en Berlín,
el Oscar, varios Annies...), el reconocimiento internacional para su
director y un cierto éxito en occidente (especialmente en Francia,
la película obtuvo una gran taquilla), el listón está puesto
muy, muy alto para Hayao Miyazaki. Al igual que sucedió con La
princesa Mononoke, El viaje de Chihiro parecía que iba a ser su última
película, debido a la edad y a sus problemas de salud. Sin embargo,
para finales de este año (el 20 de noviembre, concretamente) está previsto
el estreno en Japón de su última producción, Howl's
moving castle. Basado en esta ocasión en un cuento de la escritora
inglesa Diana Wynne Jones, cuenta la historia de Sophie, una chica de
18 años que es convertida en una anciana de 90 por una bruja celosa
de su talento. Es en estas circunstancias cuando decide trasladarse al
castillo móvil que acaba de instalarse a las afueras de su pueblo.
El estreno (ante el que existe una gran expectación, El viaje
de Chihiro ha creado una oleada de nuevos fans por el director) tardará sin
duda en llegar a nuestro país. Por de pronto, la premier mundial
de la película tiene su fecha fijada para el festival de Venecia
de este año, concretamente el 5 de septiembre, donde participa
a concurso. Una buena señal, el hecho de que los filmes de animación
(especialmente los, denostados por muchos, japoneses) participen en igualdad
de condiciones en festivales internacionales de cine de primera categoría,
al igual que lo hizo la segunda parte de Ghost in the Shell en el pasado
Cannes. Y el hecho de que esto empiece a ocurrir lo debemos, que no le
quepa a nadie la menor duda, a El viaje de Chihiro y a su prodigioso,
absorbente y fascinante mundo de fantasía.
Lo mejor: Todo
Lo peor: Nada
El momento: La película está llena
de momentos irrepetibles, pero, por decir alguno, la escena completa
del dios pestilente.
Valoración: Excelente
Felipe Múgica
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