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Tras la fallida experiencia americana (Killing Me
Softly) y la más
modesta Together, Chen Kaige parece haber querido volver con esta película al
género
de la superproducción épica que tan buenos resultados le
había proporcionado en el pasado (Adiós a mi concubina,
El emperador y el asesino...). The promise
se convierte en la película más cara de la historia del
cine chino con un presupuesto de 35 millones de dólares, destinados
en buena parte a la gran cantidad de costosos efectos especiales que
ilustran el film. Para tratar de obtener el mayor rendimiento comercial
se ha recurrido a algunas de las mayores estrellas del cine asiático
y no solo de China: el japonés Hiroyuki Sanada (El ocaso del samurai,
The ring), el coreano Dong-Kun Jang (Lazos de guerra) o los hongkongeses
Cecilia Cheung y Nicholas Tse. La película en su China natal parece
haber respondido a las expectativas de cara a la taquilla, sin embargo,
en lo artístico el resultado ha sido bastante desigual: mientras
el film representa un magnífico espectáculo visual, con
un excelente diseño de producción, ambientación,
paisajes e interpretaciones, en su debe tiene una historia, que pese
a su excelente comienzo, se pierde en su última media hora,
y unos efectos digitales bastante mediocres para los estándares
a los que estamos acostumbrados en el cine americano. Al margen de esto,
su argumento, más cercano a la fantasía de tono poético
que a las aventuras de artes marciales al estilo Tigre y dragón
o Hero, seguramente provoque una tibia recepción por parte de
los espectadores occidentales.
Si hay algo que sobresale en la lujosa producción
de esta película
es su música. Tal vez con el objetivo de aumentar la comercialidad
del film en occidente o quizás para tratar de proporcionar un aire
de prestigio al proyecto se ha recurrido a la labor de un
compositor occidental que, pese a su nacionalidad alemana, se encuentra
plenamente integrado en el sistema de producción hollywoodiense,
Klaus Badelt. Elección en un principio inesperada pero que no
resulta tan sorprendente teniendo en cuenta que ya son varios los compositores
occidentales los que han accedido a trabajar en producciones asiáticas
(así Steve
Jablonsky para Steamboy o Trevor Jones en Aegis, con excelentes resultados
en ambas ocasiones).
Sin duda, Badelt ha visto en el proyecto una excelente
ocasión para dar rienda suelta a todo su talento, demostrado
en producciones como K-19 o Ned Kelly, dentro de una carrera de una
irregularidad preocupante. Y de este modo, con The promise, Badelt
nos ofrece el que probablemente sea el mejor trabajo de su carrera, una
majestuosa composición
sinfónica, desbordante en belleza, lirismo y riqueza melódica.
Badelt ha contado aquí con una absoluta libertad a la hora de
afrontar la composición; al frente de la Orquesta Sinfónica
de China, ofrece un trabajo plenamente orquestal, totalmente alejado
de los clichés
Mediaventures y de los clónicos de Hans Zimmer (que ya lastraban
algunos momentos de K-19). The promise es un trabajo extenso y tremendamente
elaborado; la presencia de la música en la película es
casi constante y acompaña las acciones, paisajes y personajes
de manera ejemplar reforzando las poéticas imágenes
realizadas por Chen Kaige.
La partitura se articula principalmente en torno
a tres temas que identifican a los tres personajes centrales de la
historia, que viven una apasionada historia de amor a tres bandas.
El primero de ellos se puede considerar el tema de amor propiamente
dicho del film, aunque también se
recurre a él para identificar al personaje de la princesa Qingcheng.
Se trata de un suave tema, delicado, de gran belleza que aparece acreditado
en el disco como el corte número tres. El tema se emplea tanto
para los momentos románticos de la historia como para aquellos
en los que la princesa ocupa un lugar central en la acción (así el
rescate de la jaula en la que el esclavo Kunlun lleva a la chica volando
como si fuera una cometa).
El segundo de los temas sería el destinado al general Guangming,
señalado en el CD como el corte número 6. Aquí lo
escuchamos en su versión más marcial y poderosa mostrando
el orgullo y el poder del personaje; esta versión aparece en sus
momentos más gloriosos, sin embargo, se emplea para acompañar
sus acciones en diferentes versiones más suaves o con diferentes
instrumentaciones mostrando las dudas y las derivas del personaje.
El tercero de los temas es el dedicado al esclavo
Kunlun, humilde, pero a la vez noble y dotado de una extraordinaria
velocidad. Estas características,
su nobleza y su humildad, son las que denota su melodía, que
al igual que con el tema del general, acompaña las vicisitudes
del personaje en diferentes tonos y que en el corte número 4 se
muestra en su versión más espectacular. La identificación
entre estos tres temas y sus personajes es tal que a lo largo de la audición
del disco podemos identificar en todo momento cual de los tres caracteres
es el descrito, cual es el protagonista en cada instante y si vive un
momento memorable o si por el contrario sufre especialmente.
Otros temas de menor relevancia en la composición serían
el que abre el disco, Freedom of the Wa (aunque en la película
aparece en los créditos finales), una hermosa canción interpretada
por Hang Yue de tonos new age, aunque de sonido plenamente sinfónico,
que no desentona con el resto del disco; y la música del
Main title (corte segundo), un tema de reminiscencias al Badelt de K-19,
de aire sombrío
y pesaroso.
Al margen de los temas centrales de la banda sonora,
hay que detenerse también en los momentos incidentales. Los
instantes de acción
de la partitura son majestuosos y espectaculares, de hondo contenido
épico, obteniendo Badelt el máximo partido posible de
la orquesta, así en
cortes como el 17, Stampede o el largo segmento final, de 10 minutos
de duración, Wuhuan's Plan. El tono general de la composición
es de aire occidental, aunque en varios momentos se recurre a instrumentación
oriental, como por ejemplo, con el empleo de tambores taiko.
La conclusión final es la de que nos encontramos
ante una banda sonora arrolladora, pletórica, plena de lirismo
y de fuerza, que dota al film al que pertenece de buena parte de la espectacularidad
pretendida. Más
de 70 minutos de música radiante que suponen un punto álgido
en la carrera de Klaus Badelt, un espléndido trabajo que es difícil
que vuelva a igualar y quien, mucho nos tememos, cuando vuelva a sus
trabajos en Estados Unidos recurrirá de nuevo a los sonidos electrónicos
y a los típicos sonidos prefabricados de la factoría Zimmer.
Lo mejor : el lirismo, la fuerza y el sinfonismo
arrollador de la banda sonora. 73 minutos sin desperdicio alguno.
Lo peor : practicamente nada.
Felipe Múgica
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